Algunos no comprenden qué sentido tiene la película, por qué no tiene argumento, o por qué deja tantas lagunas: más preguntas que respuestas, pero es que el autor de la película no da respuestas, Oshii da preguntas para que nos hagamos. Nos ofrece con su silencio, su atmósfera, sus escenarios y su música nuevos horizontes a la imaginación, elementos nuevos para interpretar la realidad que vivimos, el misterio que rodea todas las cosas de este mundo. Por eso mi elogio al autor y este título.

Resulta un tanto incierta en lo que al contexto de la historia se refiere, lo cual no tiene porque ser un defecto, ya que más o menos podemos ir dándole forma y sentido (no mucho, todo hay que decirlo, ni falta que hace) a ese universo mediante a lo que vamos viendo progresivamente. No sabemos ni de donde venimos ni hacia donde vamos... eso les sucede a los personajes, eso nos sucede a nosotros como espectadores, y supongo que esa frase ha debido de surgir alguna vez en nuestras mentes mientras reflexionábamos respecto a nuestra existencia en el mundo, ya no como individuos, que también, sino como especie. Muchas preguntas, pocas respuestas.

Más allá de esa incertidumbre, hay que destacar por encima de todo el diseño artístico de los personajes y muy especialmente el de las localizaciones, que pese a su marcado sentido apocalíptico son increíblemente hermosas. Oscuridad, ruinas, el sonido del agua que fluye como único testimonio de un tiempo pasado... belleza un tanto macabra pero muy sugerente.

Hay infinidad de metáforas y simbolismos que un servidor, que es más corto que las mangas de un chaleco, seguro no alcanza a comprender, pero que en mi ignorante deleite sensorial soy capaz de apreciar y disfrutar. El huevo... ¿sabremos algún día, no yo, ni nosotros, sino los pobladores que vengan después, la verdad sobre su contenido? A mí, aquí y ahora, no me preocupa.